18/5/13

El Autor Absorto



Allí estaba, con la imperfección más definida que jamás se habría imaginado hipnotizándole en una espiral infinita, inacabada, interminable… Absorto e incapaz de decidir si corregirlo o abandonarlo a su suerte, se dejaba absorber por el ojo de aquella voluta de libertad que, inabarcable, le invitaba al ensueño de haber despertando ante la esencia más pura, allí donde comienza el movimiento. Era su creación; había pintado él mismo sin saberlo su propia realidad, la que le mantenía enganchado a la vida, a su perro, al sol de aquella mañana y a la luna de cada noche, a cada uno de sus amigos, a su maldito trabajo, a su coche, al olor del café… A sus llaves, a la intimidad que abrían y encerraban sin preguntas, incluso a sus facturas, sus cenas en soledad y sus odiosos vecinos. A nada en concreto y a todo su mundo interior, sin embargo.

Todo era imperfecto y comenzaba a rodearle en ese mismo instante con aquella descentrada y estrábica circularidad abierta, tal como él mismo lo hacía alrededor del cuadro. Ningún color terminaba de ser exactamente el pretendido como ninguno de los trazos atravesaba mínimamente la porción del lienzo que él había proyectado, abriéndose camino según la sutil rugosidad de la tela. Aún así, el conjunto era pleno; como si, de algún modo, algún extraño dios del lienzo en blanco hubiera guiado su mano recalculando líneas y trazos hasta llevarle a plasmar tal belleza improvisada. Cada imperfección compensaba el resto, las embellecía y realzaba; cada una de ellas daba más importancia a las demás… y así, una por otra, comenzaba el baile de la espiral en que su autor se había visto atrapado.

Cierto momento, mientras él mantenía fija su atención, la sala se fue llenando de gente atraída por el reclamo de la imperfección plasmada como expresión máxima de la vida. Cada vez más gente llegaba haciendo sonar sus zapatos al ras del suelo; cada vez más ropa, más roces de tela pululando discretamente a su alrededor; cada vez más respiraciones ligeras en procesión. Y poco a poco, el suave rumor del suelo y el movimiento, la admiración, se fueron tornando en audibles susurros crecientes, extrañas risas, también imperfectas, que voz a voz comenzaron a atronar sus oídos. Cada vez más susurros, cada vez más gente, más ruido, más risas; todo imperfecto y en espiral, una tormenta desdibujándose en tornado; todo girando improvisadamente a su alrededor tal como él latía, cada vez más rápido, alrededor del cuadro. Su cuadro. Tan imperfecto, tan infinito. Cada empujón, una línea ligeramente desplazada, cada risa un color indefinido, cada persona, el milímetro cuadrado que delimitan los entrelazados hilos de la tensa tela superficial del lienzo, aquel que ya a duras penas comenzaba a vislumbrar.





En un momento cualquiera, escuchó un latido impecable –“¡¡Pasen y vean al pintor absorto hasta la extenuación!! ¡¡Pasen y vean la perfecta contemplación del arte en su más puro estado original y primigenio!!- La imperfección se había agotado. Se evaporaron de pronto risas, zapatos, extraños rumores… Se evaporó la gente, se deshicieron las telas, la sala… Aquel cuadro sencillamente dejó de girar. Fue un simple y minúsculo latido perfecto. El olor del café, cada uno de sus amigos... No supo cómo había llegado, lo escuchó sencillamente latir y quebrarse hacia donde él no había proyectado. Se destejieron el lienzo y los colores impuros. Se evaporaron, también, los sutiles empujones… Como si algún dios del latido en blanco hubiera guiado su corazón hasta hacerlo traspasar la línea de la perfecta realidad que él, ya en su día, había roto y desechado hacia el paraíso de la corrección; allí donde ya nada gira ni se compensa, allí donde la belleza es tan perpetua, individual e inamovible, solemne y aburrida, que sobra seguridad y la quietud es eterna.

Un día escuchó un latido tan perfecto que no tuvo ni tiempo de decidir cómo quería acabar con toda su imperfecta realidad. Se ganó la eternidad, la nada. Sencilla y perfectamente, se evaporó con su cuadro tal como había llegado.


12/5/13

Carta abierta



La fiesta de después, la secreta, donde ecos y pasados juegan a beberse los recuerdos, esa es la que rememoro día tras día; en ella recibí la noticia. Volverás. Y lo harás cargada de sueños e ilusiones, volverás removiendo la vida para hacernos mejores, llenando de motivos el porvenir.

Únicamente queda, ahora mismo, el ronroneo del silencio entrelazándose en mis pies. Dura noticia para tan amplio margen de actuación… Arrastraré mientras llegas, este paso, como quien arrastra su corazón con toda su gravedad y sus cadenas.

Sigo en pie, en el mismo sitio y el mismo instante en que fui consciente del cambio. Volverás. Y los pasados ríen, ríen mucho, no sé si de mí o contra nosotros, el caso es que se revuelven y continúan bebiendo hasta el último rastro de actualidad, haciendo tambaleárseme el presente.

Sólo una cosa más: no tardes, rómpeme pronto estas cadenas; por tu vida, no me hagas eterno…



...de un fantasma.