Y entonces llegó el silencio, dejando caer la nada plomiza sobre cualquier mínima
capacidad de existencia, con su peso muerto como una mutilada mano opresora. Se
acabó. Había soñado antes estas mismas ganas de vomitar bloqueándole la boca
del estómago. Un volcán agitado que no terminaba de entrar en erupción, náuseas
hirvientes y constantes vagabundeando sin tomar lugar ni descanso. Se sentó a
esperar. Nada ocurría. Absolutamente nada. Su estómago ardía y centrifugaba
nerviosamente tanta desgana engullida, tanta hipocresía, tanta guerra
encubierta... Jamás supuso que salvar al mundo implicara tamaña enfermedad
estomacal.
David Lebón
Hace 1 hora
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